sábado, 5 de marzo de 2016

JOHAN HUIZINGA (1872-1945)


«Un partidario de la radio y de la película como medios de enseñanza ha escrito un libro: The decline of the written word (El ocaso de la palabra escrita), en donde, con alegre convicción, vaticina un porvenir próximo en el cual los niños se alimentarán con reproducciones cinematográficas y con palabras habladas. ¡Enorme paso hacia la barbarie! ¡Eficacísimo medio para paralizar en la juventud el pensamiento y mantenerla en estado de puerilidad y además, probablemente, sumergirla en profundo aburrimiento!
La barbarie no sólo puede coexistir con una elevada perfección técnica, sino que puede ir unida también a la general difusión de la enseñanza pública. Inferir el grado de la cultura por el retroceso del analfabetismo es ingenuidad de un período ya superado. Cierta cantidad de conocimientos escolares no garantiza en ningún modo la posesión de la cultura.»
Sirvan estas palabras de Johan Huizinga en su Entre las sombras del mañana (1935) para describir lo que fue y ya no es: lo que se consideraba que debía ser y defender un intelectual en los años 30. Suena a paradójico en un autor que hizo de la imagen un referente del análisis histórico (léase, si no, El otoño de la Edad Media, 1919), pero lo cierto que sus libros no estaban ilustrados y describen las imágenes con palabras. Así que hoy día se ratificaría en sus intuiciones, en ese aburrimiento de los alumnos ante el conocimiento, que debe ser visual y fácil de digerir, poco conceptual y divertido. Desde hace más de veinte años el sistema educativo, los gobernantes, los docentes y la sociedad hemos estado ampliando los límites cuantitativos de la educación, pero hemos estrechado los cualitativos, así que ahora nos arrojamos a los seductores brazos de la tecnología y fiamos en ella la felicidad y el provenir de nuestros jóvenes.
Al margen de todo este excurso, Huizinga es un clásico y una delicia.






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