Cuando comencé a leer su monumental biografía de Hitler (1998-2000), dos cosas me llamaron la atención. La primera fueron los subtítulos: Hibris ("orgullo") y Némesis ("muerte"), aunque luego el significado queda en manos del lector, que es quien se encarga de decidir si toda la locura de Hitler responde a ese concepto de soberbia fatídica que tanto respeto daba a los antiguos. La segunda cosa que me llamó la atención fue el leer en la introducción que la dirección de un proyecto de recopilación de fuentes de Historia medieval le ayudó a alejar esos demonios que le rondan a uno cuando tiene que estudiar el Mal. ¿Pero no era éste un experto en Historia contemporánea? Pues no, empezó en un campo, se fue a otro y no abandonó el primero. Y claro, yo lo comparaba con lo que conocía por estos aires, en donde los únicos todoterrenos son los profesores de Secundaria (no es por echarme flores), y me decía a mí mismo: ¡cuánto tenemos que aprender todavía! Es cierto que Kershaw es, en este sentido, único, pero no deja de ser un ejemplo.
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