martes, 29 de marzo de 2016

BARBARA W. TUCHMAN (1912-1989)

«Si hubiera obtenido el doctorado, se habría ahogado cualquier capacidad de escritura.»
Estas palabras de la historiadora norteamericana Barbara Wertheim Tuchman lo dicen todo sobre ella: una mujer que renuncia al mundo académico por la Historia y la escritura. Ciertamente no figurará en los anales de la renovación historiográfica, como Natalie Z. Davies (sus obras son más bien narrativas y basadas en fuentes secundarias), pero a cambio cuenta con una legión de entusiastas lectores a los que habrá hecho retroceder virtualmente al pasado gracias a sus vibrantes y evocadoras páginas. No como Élisabeth Crouzet-Pavan, de quien he intentado leer Renacimientos italianos (1380-1500) (2007), una obra que no se sabe hacia dónde quiere ir, o llevarnos, una especie de soliloquio en voz alta con esa prosa insufrible que exhiben los franceses cuando quieren ponerse líricos, que es lo mismo que decir que no quieren ser entendidos y están orgullosos de ello. Y encima profesora en la Sorbona. Mientras, Barbara Tuchman lo hizo todo sin redes clientelares académicas ni ordenadores, con una máquina de escribir  y una amplia familia.








IAN KERSHAW (1943-)

Cuando comencé a leer su monumental biografía de Hitler (1998-2000), dos cosas me llamaron la atención. La primera fueron los subtítulos: Hibris ("orgullo") y Némesis ("muerte"), aunque luego el significado queda en manos del lector, que es quien se encarga de decidir si toda la locura de Hitler responde a ese concepto de soberbia fatídica que tanto respeto daba a los antiguos. La segunda cosa que me llamó la atención fue el leer en la introducción que la dirección de un proyecto de recopilación de fuentes de Historia medieval le ayudó a alejar esos demonios que le rondan a uno cuando tiene que estudiar el Mal. ¿Pero no era éste un experto en Historia contemporánea? Pues no, empezó en un campo, se fue a otro y no abandonó el primero. Y claro, yo lo comparaba con lo que conocía por estos aires, en donde los únicos todoterrenos son los profesores de Secundaria (no es por echarme flores), y me decía a mí mismo: ¡cuánto tenemos que aprender todavía! Es cierto que Kershaw es, en este sentido, único, pero no deja de ser un ejemplo.










sábado, 5 de marzo de 2016

JOHAN HUIZINGA (1872-1945)


«Un partidario de la radio y de la película como medios de enseñanza ha escrito un libro: The decline of the written word (El ocaso de la palabra escrita), en donde, con alegre convicción, vaticina un porvenir próximo en el cual los niños se alimentarán con reproducciones cinematográficas y con palabras habladas. ¡Enorme paso hacia la barbarie! ¡Eficacísimo medio para paralizar en la juventud el pensamiento y mantenerla en estado de puerilidad y además, probablemente, sumergirla en profundo aburrimiento!
La barbarie no sólo puede coexistir con una elevada perfección técnica, sino que puede ir unida también a la general difusión de la enseñanza pública. Inferir el grado de la cultura por el retroceso del analfabetismo es ingenuidad de un período ya superado. Cierta cantidad de conocimientos escolares no garantiza en ningún modo la posesión de la cultura.»
Sirvan estas palabras de Johan Huizinga en su Entre las sombras del mañana (1935) para describir lo que fue y ya no es: lo que se consideraba que debía ser y defender un intelectual en los años 30. Suena a paradójico en un autor que hizo de la imagen un referente del análisis histórico (léase, si no, El otoño de la Edad Media, 1919), pero lo cierto que sus libros no estaban ilustrados y describen las imágenes con palabras. Así que hoy día se ratificaría en sus intuiciones, en ese aburrimiento de los alumnos ante el conocimiento, que debe ser visual y fácil de digerir, poco conceptual y divertido. Desde hace más de veinte años el sistema educativo, los gobernantes, los docentes y la sociedad hemos estado ampliando los límites cuantitativos de la educación, pero hemos estrechado los cualitativos, así que ahora nos arrojamos a los seductores brazos de la tecnología y fiamos en ella la felicidad y el provenir de nuestros jóvenes.
Al margen de todo este excurso, Huizinga es un clásico y una delicia.