«Si hubiera obtenido el doctorado, se habría ahogado cualquier capacidad de escritura.»
Estas palabras de la historiadora norteamericana Barbara Wertheim Tuchman lo dicen todo sobre ella: una mujer que renuncia al mundo académico por la Historia y la escritura. Ciertamente no figurará en los anales de la renovación historiográfica, como Natalie Z. Davies (sus obras son más bien narrativas y basadas en fuentes secundarias), pero a cambio cuenta con una legión de entusiastas lectores a los que habrá hecho retroceder virtualmente al pasado gracias a sus vibrantes y evocadoras páginas. No como Élisabeth Crouzet-Pavan, de quien he intentado leer Renacimientos italianos (1380-1500) (2007), una obra que no se sabe hacia dónde quiere ir, o llevarnos, una especie de soliloquio en voz alta con esa prosa insufrible que exhiben los franceses cuando quieren ponerse líricos, que es lo mismo que decir que no quieren ser entendidos y están orgullosos de ello. Y encima profesora en la Sorbona. Mientras, Barbara Tuchman lo hizo todo sin redes clientelares académicas ni ordenadores, con una máquina de escribir y una amplia familia.