La influencia de la cultura alemana en las élites intelectuales occidentales ya no es lo que era, y esa endemoniada lengua ha dificultado aún más un amplio conocimiento de lo que se rumia al otro lado del Rin. Porque para el español medio actual Alemania es un espacio difuso en el que situar a Merkel, Mercedes-BMW-Audi, la cerveza y quizás alguna rubia modelo destronada por el paso del tiempo y las ucranianas. Pero hete aquí que de repente la editorial Acantilado publica la traducción de Terror und Traum (Terror y utopía. Moscú en 1937, orig. 2008) y uno no puede más que descubrirse ante esta obra monumental (más de 850 páginas, sin contar notas y bibliografía) que nos desvela una nueva visión del pasado soviético de Rusia. A base de pequeñas instantáneas de ese Moscú de los años 30, el lector va reconstruyendo una imagen en color de aquel mundo, lejos de las a veces burdas grisallas que de él nos ha legado la Guerra Fría. Pero tras cada sorpresa por los logros arquitectónicos o por la proezas aeronáuticas, tras la emoción colectiva de una sociedad que se creía utópica, siempre se esconde el horror. Schlögel lo desmenuza con una aparente frialdad al enumerar detenidos, desaparecidos, asesinados, muchos de los cuales gozaban el día anterior de todos los honores de ese desvarío llamado Unión Soviética. A veces me recuerda a la obra de James Agee, Elogiemos ahora a hombres famosos, cuando al periodista no le queda otra opción para hacernos sentir la pobreza que convertirse literalmente en notario fidedigno de lo que ve y redactar largas listas de objetos. Schlögel hace lo mismo, y en esa frialdad de las listas de las víctimas del estalinismo uno no puede menos que sentirse igual de conmovido que cuando lee las espléndidas páginas de Orlando Figes en Los que susurran.
jueves, 3 de septiembre de 2015
domingo, 24 de mayo de 2015
JACQUES BARZUN (1907-1912)
Me he puesto varias veces ante la pantalla en blanco, intentando decir algo con sentido y con el respeto que me inspira la figura de Jacques Barzun, y no doy con las palabras adecuadas. Porque, ¿qué decir de un hombre que escribe una obra maestra, su obra maestra, a los 93 años, vive una docena de años más y le da tiempo a escribir otro par de libros más? Y cuando empecé a leer Del amanecer a la decadencia. Quinientos años de vida cultural en Occidente (2000) no sabía nada de él más allá de lo que ponía en la cubierta del libro, pero inmediatamente me dije a mí mismo: «Esto es una maravilla. No sólo un pozo de sabiduría, sino una finura del espíritu que es de otra época, pero escrito hoy día». Y luego, cuando uno araña en la red se topa con que es la obra de un hombre más que maduro, que además lo ha alcanzado todo en Estados Unidos, que vive... ¡en San Antonio! (y uno se da cuenta que en América hay vida más allá de la mediocridad ramplona de los telefilmes) y que aquí no lo conoce nadie (excepto su editor en Taurus).
En la entrada de un blog de la National Portrait Gallery Smithsonian Institution sobre Barzun hay una cita del escritor y físico Alan Lightman que define a Barzun como intelectual y que difiere enormemente de lo que en Europa, y especialmente en España, se concibe como intelectual:
Such a person must be careful—he must be aware of the limitations of his knowledge, he must acknowledge his personal prejudices because he is being asked to speak for a whole realm of thought, he must be aware of the huge possible consequences of what he says and writes and does. He has become, in a sense, public property because he represents something large to the public. He has become an idea himself, a human striving. He has enormous power to influence and change, and he must wield that power with respect.
En fin, quien quiera que lea esto, que disfrute de la lectura de Barzun y que bucee en su vida con sana envidia. Un vistazo al vídeo que he incrustado abajo, realizado por la Universidad de Columbia con motivo de la entrega de un galardón en 2007 por su labor docente, le hará más fácil todo esto.
En los años 40 |
Con 43 años (1950) |
En los años 70 |
En su casa de San Antonio, sin cumplir los 100 años |
Presentando su obra maestra |
Poco antes de morir (2012) |
Tocó todas las materias |
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jueves, 19 de febrero de 2015
MODESTO LAFUENTE Y ZAMALLOA (1806-1866)
La razón de colocar en este panteón de nombres ilustres a D. Modesto Lafuente es puramente sentimental, pero en puridad, ¿qué decisión nuestra no lo es? El caso es que su obra (en realidad uno sólo de sus tomos) es seguramente el primer libro de Historia que leí, y eso cuando ni siquiera era adolescente, sino niño.
De pequeño veraneaba en el norte de la provincia de León, en un pueblo ligado a la familia de mi madre, y allí pasaba las vacaciones entre meriendas copiosas, juegos de mozalbetes en el pajar y paseos al atardecer por el monte con mis tías. Un día descubrí en lo que antaño había sido cuadra y que entonces era un almacén poco ordenado, un baúl en el que había libros diversos. «Son del primo fraile», me dijo mi tía alarmada ante la perspectiva de que los revolviera y sacara de su sacrosanto reposo. Pero el primo fraile —agustino, creo recordar—, hacía muchísimo tiempo que ya no se encontraba entre nosotros («murió joven», recordaba con añoranza mi tía), así que me agencié aquellos libros. Había de todo, como una desportillada edición decimonónica del Tesoro de las escuelas publicada por Saturnino Calleja y que era una adaptación de Giannetto, o Juanito, de Luigi Alessandro Parravicini, una especie de Enciclopedia Álvarez de la época.
Entre ése y otros títulos encontré un precioso volumen de la Historia General de España (1850-1867) de Modesto Lafuente. Pertenecía a la tercera edición, revisada por Juan Valera, así que era de los tiempos de María Cristina. Su encuadernación de tela, sus páginas doradas y su tema hicieron que me pusiera rápidamente a leerlo con fruición, y ante mí pronto desfilaron los reyes godos y los emires y califas andalusíes, pues era el tomo segundo, el que iba desde el año 414 hasta el 970. Lo cierto es que para mí era algo completamente exótico y fascinante. Nunca tuve que aprenderme la lista de los reyes godos —al contrario de mi madre, que la recitaba de carrerilla—, pero los Leovigildos, Recaredos y Wambas desfilaban ante mis ojos atónitos, mientras que los Tariqs Abderramanes desplegaban su extraña mezcla de violencia y refinamiento, acompañados todos de numerosas anécdotas legendarias. ¡Era mejor que una novela de Verne con sus a veces tediosas descripciones científicas!
Así pues, le debo a Modesto Lafuente muchos ratos placenteros y, quizás, mi devoción por la Historia. Por ello, aquí lo traigo, primero de joven, cuando era periodista y con un aire esproncediano, y luego de adulto, en una fotografía que lo muestra escribiendo con su levitón y ante unos muebles un tanto recargados, pero que cuadran muy bien con el colorido de su prosa que me encandiló.
viernes, 6 de febrero de 2015
RONNIE PO-CHIA HSIA (1955-)
¡Qué rara avis este Ronnie Po-chia Hsia! Un hongkonés educado en el catolicismo, que luego se va a América a estudiar Historia en vez de ingeniería informática, que sería lo suyo viniendo de donde viene, el país que inventó el ábaco. Y, sin embargo, Hsia se sumerge en el estudio de un pasado muy distinto y distante del de sus orígenes. Es cierto que en sus investigaciones Asia, el catolicismo asiático, ha estado siempre muy presente, pero no deja de ser algo curiosa esta negación a la idea diltheyana de que uno tiene que estar implicado vitalmente con el meollo de sus investigaciones históricas para poder entenderlas mejor. Aunque, por otra parte, también se podría argüir que sus raíces católicas le dan la razón al pensador alemán. Sea como fuere, lo cierto es que la síntesis de Hsia sobre la Contrarreforma o la "renovación católica", como acertadamente propone, es excelente, renovadora, aguda y ponderada, pese a algún otro fallo que se ha deslizado y que los historiadores clericales se han apresurado a señalar.
iQueremos leer más textos de Hsia en español, y que se deje caer por aquí y no sólo por Alemania acompañando a exalumnos de su universidad, la Penn State!
PD: La calidad de las imágenes deja mucho que desear, pero no las hay mejores.
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