Reconozco que cuando leí Del escribano a la biblioteca. La civilización escrita europea en la Alta Edad Moderna (1992) me entusiasmó. Era un libro pequeño, pero muy bien escrito, sugerente y que me hacía ir más allá de lo que yo hasta entonces veía en mis investigaciones sobre el mundo de la lectura y de las bibliotecas modernas, marcadas por la tesina sobre Lorca (1986) de Julio Cerdá Díaz. Luego, una clase de los cursos de verano de la Complutense en El Escorial (donde descubría a Chartier) corroboraron eso de que escribía bien, aunque en una conferencia siempre se agradezca algo más de espontaneidad.
En las fotografías podemos ver la evolución vital del principal exponente español de la historia cultural moderna centrada en lo escrito, desde que era un profesor recién llegado a la titularidad hasta las canas de un catedrático cuya barba le resta algo de ese aire infantil que siempre ha poseído su rostro.