jueves, 3 de septiembre de 2015

KARL SCHLÖGEL (1948-)

La influencia de la cultura alemana en las élites intelectuales occidentales ya no es lo que era, y esa endemoniada lengua ha dificultado aún más un amplio conocimiento de lo que se rumia al otro lado del Rin. Porque para el español medio actual Alemania es un espacio difuso en el que situar a Merkel, Mercedes-BMW-Audi, la cerveza y quizás alguna rubia modelo destronada por el paso del tiempo y las ucranianas. Pero hete aquí que de repente la editorial Acantilado publica la traducción de Terror und Traum (Terror y utopía. Moscú en 1937, orig. 2008) y uno no puede más que descubrirse ante esta obra monumental (más de 850 páginas, sin contar notas y bibliografía) que nos desvela una nueva visión del pasado soviético de Rusia. A base de pequeñas instantáneas de ese Moscú de los años 30, el lector va reconstruyendo una imagen en color de aquel mundo, lejos de las a veces burdas grisallas que de él nos ha legado la Guerra Fría. Pero tras cada sorpresa por los logros arquitectónicos o por la proezas aeronáuticas, tras la emoción colectiva de una sociedad que se creía utópica, siempre se esconde el horror. Schlögel lo desmenuza con una aparente frialdad al enumerar detenidos, desaparecidos, asesinados, muchos de los cuales gozaban el día anterior de todos los honores de ese desvarío llamado Unión Soviética. A veces me recuerda a la obra de James Agee, Elogiemos ahora a hombres famosos, cuando al periodista no le queda otra opción para hacernos sentir la pobreza que convertirse literalmente en notario fidedigno de lo que ve y redactar largas listas de objetos. Schlögel hace lo mismo, y en esa frialdad de las listas de las víctimas del estalinismo uno no puede menos que sentirse igual de conmovido que cuando lee las espléndidas páginas de Orlando Figes en Los que susurran.