martes, 11 de noviembre de 2014

CLAUDIO SÁNCHEZ-ALBORNOZ Y MENDUIÑA (1893-1984)

Recientemente he acabado de leer Una ciudad de la España cristiana hace mil años. Estampas de la vida en León (1926), una de las obras clásicas del medievalismo hispano, y a medida que iba avanzando por sus páginas iba maravillándome de cómo había sido capaz de no haberme acercado antes a ella. De acuerdo que la polémica entre Américo Castro y Sánchez-Abornoz nos parece muy lejana en el tiempo y en los intereses y reconozco que conceptos como la raza o  el volkgeist suenan sospechosos a los castos oídos de los políticamente correctos, pero no cabe duda que don Claudio fue un grandísimo historiador. La prueba es este pequeño libro, de una densidad que no apabulla, sino que deleita e incita a saber más, cargado de notas preñadas de una erudición asombrosa pero no estéril y escrito con una prosa deliciosamente arcaizante y que muestra hasta qué punto se había sumergido en la documentación de la época. En fin, un clásico, no cabe duda.
En las imágenes que he podido encontrar, don Claudio aparece mayormente ya anciano, pero dotado de la dignidad inconmovible que ni el exilio ni el franquismo le pudieron arrebatar, con su bastón cual cetro de los reyes que describiera en sus obras y un vaso de Coca-Cola que alza como si de la mismísima copa del cáliz de doña Urraca se tratara.

En su ciudad natal, Ávila, durante el último año de su vida